Mi visita a Hebrón tuvo un poquito de tristeza y una dosis de alegría al mismo tiempo.
Volver a pisar las calles y los lugares que tantas veces he recorrido sigue siendo emocionante, reencontrarme con mis amigas y con las historias que me cuentan de sus vidas aquí fue dulce y amargo. Aunque al final sus historias y las mías son historias de mujeres que quizá no sean tan diferentes entre ellas a pesar de que haya un mar que nos separe.
Pude por fin hacerle una larga visita a Hasan, uno de mis mejores amigos aquí. Él me explicó de primera mano las miserias de la lucha interna entre Hamás y Fatah, la farsa de Annapolis y la desesperación de un pueblo que ahora mismo se siente más abandonado que nunca, que ha descubierto que ya no son sólo las potencias internacionales quienes les toman el pelo sino también sus propios gobernantes. Por suerte Hasan sigue siendo invencible, y le brillan los ojos al hablarme de su nueva vida de recién casado.
Al día siguiente tuve una reunión "de trabajo" con Maysa, la monitora del intercambio, y con Mohammed, el nuevo manager del grupo de teatro que participará en éste. Después de atar todos los cabos formales de la reunión, nos fuimos a tomar "el café del fin de las negociaciones", y les pregunté por todos los temas con los que Hasan me había dejado tan preocupada el día anterior.
Maysa y Mohammed todavía creen en las personas. Ella me cuenta que siempre ha tenido la visión del conflicto que le han dado desde el lado en el que nació, y que se muere de curiosidad sana por conocer el contrario, pero nunca ha tenido la oportunidad de encontrarse con un israelí que se lo explique. Él me cuenta que procede de una familia de refugiados del 48, que ha vivido las dos intifadas y visto morir a mucha gente, pero que sigue creyendo que son las personas quienes tienen la clave para poder entenderse. De sus cuatro mejores amigos, uno es israelí. Todos personas, al fin y al cabo, con ganas de vivir y de ser felices, y preparados para trabajar tendiendo los puentes que sean necesarios entre ellos. Y de hecho lo hace.
Alguien me escribió una vez que uno vuelve de visita a un lugar para que las personas que allí te esperan pongan en tu maleta lo que necesitarás de ellos en tu ausencia. Maysa y Mohammed han puesto en la mía el rayito de esperanza que necesitaba, que espero se convertirá en una gran dosis de fuerza para seguir adelante con estos proyectos míos en los que creo con toda el alma, aunque a veces desfallezca por el camino...
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